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V. TRÁNSITO DE MARÍA MOLINER

 

El DICCIONARIO DE USO DEL ESPAÑOL apareció en 1967. Los últimos años en su elaboración habían sido ciertamente los más duros. María Moliner seguía compaginando su trabajo como Directora de la Biblioteca de la Escuela de Ingenieros Industriales y sus desvelos familiares con el tremendo esfuerzo intelectual que la reelaboración definitiva y ordenación coherente de todo el material acopiado requería, palabra por palabra, de la A a la Z, cada día más despacio. Como decía su marido, en una serie den rendimiento decreciente; convergente, era de esperar, y convergió. Fernando Ramón Ferrando se había jubilado, en la Universidad de Salamanca, en 1962. Ella acudió a su "lección magistral" ("Base física de la mente humana"), frente a un numeroso público, en el famoso Paraninfo. Desde entonces, se convirtió en su asiduo compañero, erigiéndose en celoso guardián de su actividad frente a cualquier distracción inoportuna; en Madrid y, en los meses de verano, en "La Pobla", una pequeña finca de su propiedad (desde 1941), en Mont-roig, el pueblo de Fernando, en el Campo de Tarragona.

En La Pobla atendía, todos los veranos, ayudada de criadas, a todos sus hijos y a todos sus nietos, cada vez más numerosos. Su hijo Enrique acudía desde Washington y, más tarde, desde Québec. Su hijo Fernando desde Madrid. Su hija Carmina, también, desde Madrid y , por unos años, desde Ginebra, y su hijo Pedro, desde San Sebastián y, posteriormente, desde Barcelona. Todos con sus respectivas familias Ella se levantaba con el sol y trabajaba hasta la hora de comer. Dormía una siesta ligera y volvía a trabajar, hasta la hora de cenar. Nunca trabajó de noche.

El DICCIONARIO recibió la acogida que cabía esperar. En general, despertó la admiración que un trabajo intelectual semejante, desarrollado por una madre de familia –"por una señora recoleta", como decía ella-, sin pararse a analizar más, podía producir entre toda clase de gente, más o menos cultivada. Al menos, por debajo de un "nivel académico", cuyas reticencias y silencios, por encima del mismo, inmediatamente se hicieron sentir. Y esto último no es de extrañar: las numerosas acepciones "no incluidas en el D.R.A.E." y las otras deficiencias detectadas por aquella señora en obra tan modesta tuvieron que provocar una abundante secreción de bilis académica.

En 1967, su hijo Fernando, con su familia, emigró a Londres. Sólo quedaron en Madrid, con los "abuelos", su hija Carmina y familia; aunque María siempre se sintió acompañada de su hermana Matilde, que vivía en Las Rozas. En 1968 se le presentaron a su marido unas complicaciones en la vista que acabaron por dejarlo ciego, tenía ya 76 años. Entonces la vida de María consistió, de hecho, en cuidar del viejo inválido, ayudada por su criada Angelines.

 

La fama del DICCIONARIO, a todo esto, crecía y crecía, a tal extremo que los académicos Rafael Lapesa y Dámaso Alonso se atrevieron a presentar la candidatura de María Moliner ¡una mujer! a un sillón vacante, entre los otros ilustres académicos. Como decía Matilde, su hermana, toda la campaña que entonces se desencadenó, aunque la abrumaba, la sirvió de "entretenimiento" frente a sus otras preocupaciones,...Finalmente, como era de esperar, los académicos eligieron a otro candidato (9.10.1972) y Doña María se sintió aliviada: "mi salud no me hubiera permitido contribuir con mi trabajo a las tareas de la Academia, como esperaban de mí,...."

Como todos los años, al verano siguiente, en 1973, María reunió a toda su familia en La Pobla. Pero ya no era la mujer fuerte y animosa de siempre. Le falló la cabeza: una tarde, en el jardín, perdió completamente el sentido, y no lo recuperó hasta el día siguiente.

El verano de 1974, sin embargo, volvió a pasarlo en La Pobla. El mes de julio, con sus hijos Carmen y Pedro, y el mes de agosto con su hijo Fernando, que ya se quedó en España. Siempre cuidando de su marido; y cuidados ahora ambos por sus hijos. A primeros de septiembre, su hijo Fernando los llevó a Madrid. A los pocos días (4.9.1974), murió su marido. Ya no volvió a mencionarlo nunca más.

Lo que de María Moliner quedaba –cada vez menos, hasta la total incapacidad mental y física- estuvo atendido, hasta su muerte (el 21.1.1981) en mayor o menor grado, con todo cariño y al límite, a veces, de la paciencia, por sus familiares más cercanos: su hija Carmen, su hijo Fernando y Mari Carmen, su mujer, los hijos de aquélla y de éstos y su hermana Matilde. Y por su criada Maruja.

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